"Demasiadas muertes. No son coincidencias, algo falla." La frase la lanzaba un ciudadano común, en un medio de transporte público, apenas conocido el deceso de Guido Falaschi. La referencia, claro, se da porque globalmente, la infausta noticia guarda relación directa con las tragedias de Dan Wheldon en Indy Car, Marco Simoncelli en MotoGP y el chiquito Ramiro Tot en el karting. Deportes mecánicos, velocidad, competencia, un accidente, una muerte. ¿Cómo explicarle a quien sólo se guía por los sucesos que golpean con la contundencia de una maza a través de una pantalla de TV que no sólo en realidad se trata de una nefasta coincidencia y que, además, cada hecho conlleva una historia y un lugar distinto?
No parece sencillo, habida cuenta de que no hace aún un mes del primero de esos accidentes. La sucesión de hechos, empero, engloba a una máquina de fórmula que corre en óvalos por encima de los 300 km/h, a una moto de alta cilindrada, a un go-kart en el que se desenvuelven promesas del futuro y que orillan los 100 km/h y a un coche con techo cuyo modelo dejó de fabricarse hace 20 años e integra la categoría más añeja del mundo. Como se ve, la variedad supera todo punto de conexión. La desgracia, reiterativa, sólo pareció ensañarse con el calendario y así, la muerte hizo sus macabras apariciones sin solución de continuidad. Cada una, en un ámbito diametralmente opuesto al otro. ¿Estaban avisados los responsables de cada categoría? Hoy, todo parece desfigurarse en una especie de centrifugadora que no hace más que mezclar situaciones.
El 16 de octubre, la Indy Car volvía al trazado de Las Vegas, que acarreaba dudas sobre su seguridad, pero al que los pilotos de la divisional norteamericana, acostumbrados a acelerar sin contemplaciones, le recogían el guante e iban a desafiarlo con su habitual ímpetu. Wheldon acabó contra las protecciones, al no poder soportar la inercia que lleva a esos coches contra sólidas empalizadas que se convierten en paredones de ejecuciones. El fuego y los golpes acabaron con Wheldon -que no era un novato, a tal punto de haber ganado dos veces las 500 millas de Indy- y la controversia (siempre presta a emerger) devolvió voces enérgicas que pedían mayor seguridad: pontones para que no se enganchen las ruedas, una terminación más sólida en los monoplazas para no actúen como trampolines de quienes giran atrás y, sobre todo, una inspección mucho más minuciosa de los trazados. "Sabemos a lo que nos exponemos", decía Tony Kanaan, colega y amigo de Wheldon.
El 23 de octubre, es decir, el domingo siguiente, quien se inmolaba (Simoncelli) lo hacía en Sepang, un autódromo elaborado sobre las más modernas y estrictas medidas de seguridad, pletórico en adelantos técnicos y topográficos. Pero cuando un motociclista se cae y a su espalda va otro (o peor aún, dos), en la misma línea, no hay un buzo ni una armadura que resista el golpe. Las consecuencias, salvo un milagro, son las peores. No hubo milagros para el italiano, arrollado por Valentino Rossi y Colin Edwards. El primero de ellos, repetía la frase que se lee más arriba: "Sabemos a lo que nos exponemos". Al domingo siguiente, 30 de octubre, en Baradero, los once años de Ramiro sufrieron el impacto letal que nadie imaginaba en una carrera de Prokart y tras una agonía de dos días, el niño perdía su batalla final en un hospital de Pilar. Las redes sociales desataron un vendaval de opiniones a favor y en contra. Otra vez reclamos. Algunos pedían butacas más grandes, subir la edad de quienes empiezan a competir y un segundo chasis de caños envolviendo al original. Otros explicaban que hoy por hoy, la seguridad de los karts es insuperable y que si hay una tragedia es simplemente porque el riesgo en el deporte motor, aún amateur, jamás podrá reducirse a cero. Mientras por pedido de sus papás algunos chicos dejaban el camino que habían elegido, otros se amparaban en que el sino trágico aparecerá en esta o cualquier otra disciplina. "Sabemos a lo que nos exponemos", reflexionará más de uno.
Ayer, esa misma frase apareció de nuevo. La dijeron varios pilotos enjugando sus lágrimas al pie de la Barrosa mientras intuían el sombrío desenlace. "Demasiadas muertes", decía el ciudadano. Demasiadas, es verdad, pero aquello de que "no son coincidencias" queda descartado. No hay puntos de contacto entre ellas. Y en cuanto a que "algo falla", es probable. Nunca podrá desaparecer por completo el riesgo mientras se pelee por una posición en un circuito. Entre otras cosas, también habrá que esperar del destino un poco más de benevolencia.
De la peor manera llegó la primera victoria de Mauro Giallombardo en el Turismo Carretera. El piloto de Ford, de Bernal, había estado en el centro de la polémica en Paraná, cuando dejó su puesto triunfal en manos de Néstor Girolami, para favorecerlo en el ingreso de la Copa de Oro. En esa carrera entrerriana también Guido Falaschi estuvo en la polémica, por un toque a Diego Aventin, por lo que había sido suspendido por dos fechas.
Ayer, los tres pilotos fueron partícipes de una jornada negra. Giallombardo por su triunfo, y Girolami por el choque contra Falaschi, que falleció.
La bandera roja por el accidente derivó en la clasificación final con una vuelta anterior, por lo que el resultado quedó con Giallombardo, Falaschi y Ortelli. El desconsuelo de Giallombardo al enterarse de la noticia de Falaschi fue tremendo en el parque cerrado.
Con el abandono de Matías Rossi, los 11 pilotos del playoff tienen posibilidades de consagrarse campeón en la próxima fecha, la última, el 11 de diciembre, en Buenos Aires, donde se pondrán 40,5 puntos en juego, el 50 por ciento más de lo habitual.
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